la LA RAZON DE LEXIS

Hola, me llamo Lexis.

Lo que vas a leer a continuación es el relato de una historia, una historia que tal vez lo más extraordinario que tenga es que va desde 1610 hasta ahora, 1999, y todaví a no ha acabado. Esta historia es la historia de una vida, y seguramente pensarás que es una vida muy larga; sí, lo es, y lo cierto es que es mi vida.

Soy inmortal desde que era un muchacho ingenuo y pusilánime. Creo que no tenía más de diecisiete años cuando ocurrió. Puede que incluso fuese má s joven, ya que se me consideraba un niño entonces, y en lo que ahora llamáis la Edad Media, esos años significaban una aproximación a la madurez. Os asombraríais si supieseis a que edad moría la gente cuando yo llegué al mundo. As í que dejémoslo en dieciséis o diecisiete años.

Hora tengo trescientos ochenta y ochoaños, y resultarí a un poco cansado contestar mi verdadera edad i me preguntasen... Por supuesto nunca digo mi edad verdadera, y muchas veces ni siquiera me molesto en decir una falsa: me encantan las evasivas. Creo que podría considerarme el ser que má s evasivas ha utilizado en toda su vida, por cualquier razón.

Y suelen ser muchas razones, tales como mi extraña eterna juventud, mi precoz sabiduría (la experiencia hace maestros), mis consternaciones, mis tardes mirando al mar o al cielo, mis habilidades y otras cosas que como estas, que la historia se encargará de corroborar.

La inmortalidad y la eterna juventud son utopías que el ser humano siempre ha soñ ado y perseguido: poder vivir eternamente con las personas que amas, poder hacer todo lo que siempre has deseado, vivir sin prisas y poder alargar los momentos eternamente. Es muy hermoso poder compartir toda la eternidad con tus amigos, tu familia, poder decirles cada día lo mucho que les quieres, y no tener miedo de echarles de menos alguna vez... En la eternidad siempre hay tiempo para los reencuentros.

Pero sinceramente, la inmortalidad es un infierno: es maravilloso ver que solo tú eres inmortal entre los seres que má s quieres, y que puedes dejarlos atrás y verlos degradarse y quedarse en tu camino, mientras tú sigues caminando... Eso es, la inmortalidad es un largo camino. Ni tan siquiera tienes la oportunidad de parar para ayudarles o esperarles. .. Pero eso ya lo comprenderás según lees este mecanoscrito que tienes entre tus manos.

Con él no pretendo dar envidia a los mortales, ni pienso dar una explicación de todo lo que hice....Solo quiero que entiendas lo que ha sido hasta ahora mi vida, y lo que supone este maravilloso don con el que he sido bendecido . Así que voy a dejar de angustiaros inútilmente con mis paranoias, y voy a comenzar a contaros la Historia, mi Historia, y espero que os sirva de algo, y que si no sacáis de ella ninguna lección o conclusión, espero que por lo menos os haya gustado. Aquí , a partir de este punto es donde realmente empieza lo que he decidido llamar LA RAZÓN DE LEXIS.

Nací hace cuatrocientos años, exactamente en 16OO en un pequeño pueblo llamado Sacrial Groove. Era el último de cinco hermanos y dos hermanas, y mis padres trabajaban para un caballero adinerado llamado Sir Zangood. Ambos habían agotado su juventud criando hijos y trabajando, y apenas quedaban vestigios de sus personalidades y de las personas que eran antes de que todo aquello acaeciera. Simplemente vivían para trabajar, y puestos a sobrevivir basándose en cosechas para Sir Zangood, que apenas les pagaba, decidieron buscar marido para mis hermanas y poner a los varones a trabajar. Y así también decidieron ponerme a mí a servir.

Como era el más pequeño, pensaron que sería algo arriesgado ponerme a trabajar en cualquier lugar, así que por eso optaron por ponerme al servicio de un hombre de buena reputaci ón que decían, había trabajado para el rey como consejero. El hombre era ya viejo, pero aún así gozaba de buena salud, y no caía enfermo fácilmente. Primero pasé allí dos meses aproximadamente como aprendiz de criado, siguiendo las órdenes y los consejos de un criado de más experiencia que allí trabajaba.

Ambos hombres me parecieron de buen alma cuando los conocí, y al acabar mi estancia como aprendiz, seguía pensando lo mismo. Así que me puse a trabajar en la casa de Sir Thomas Albert.

Mi nombre no era Lexis, entonces, sino Alexander, y tenía por aquella época alrededor de siete años. Lo cierto es que para mi edad era un niñ o menudo y delgaducho, con unas ojeras que a veces hicieron temer algún tipo de enfermedad grave en mi cuerpecillo débil y escuchirrimiciado. Era tremendamente asustadizo y apenas pensaba dos veces las órdenes que me daban. Tenía una pequeñ a mascota, un ratoncillo marrón que un día descubrí comiéndose las medidas de trigo que mi madre guardaba para tiempos de escasez. Para mi sorpresa, Sir Thomas me permitió conservarlo, siempre y cuando lo mantuviese guardado y lejos del alcance de cualquiera... Me dijo : Si algún día ese ratón abandona su jaula, desaparecerá para siempre .

Así que decidí a hacerle caso, aunque el viejo no me pareció muy amenazador, realmente no tenía aspecto de asesino de ratones. Como iba diciendo mi aspecto era enfermizo y se tenía pocas esperanzas de que resistiera el duro trabajo de lacayo. Se esperó desde un principio que al llegar el invierno, que decían iba a ser más crudo que los anteriores, muriese de hambre, de frío, de inanición. Pero no fue así, aunque pasé un periodo de fiebres.

Cuando ya iba cogiendo la táctica al trabajo, me llegó la noticia de que mis hermanas habían encontrado marido y que vivían felizmente casadas en la corte del señ or del castillo. Judith, la mayor, se había casado con un joven ayuda de cámara del mismo señor de Sacrial Groove, lo que había proporcionado a mis padres algo de dinero para vivir con más dignidad, aunque su situación seguí siendo precaria. Lauryn, que apenas tenía trece años, se había casado con un caballero que prometía convertirse en un destacado miembro de la corte gracias a su gallardía. Yo no las ví, y ni siquiera pude asistir a sus respectivas bodas, pero aún así me sentía feliz por ellas, ya que habían conseguido la máxima aspiración de toda mujer de mi época: casarse.

Pasé algunos años trabajando en la casa, a las ordenes del viejo Thomas, y durante todo ese tiempo, mi ratón se mantenía vivo en su pequeña jaula de madera. Nunca salía de ella, y creo que fue eso lo que le salvó la vida cuando al viejo se le ocurrió comprar un gato.

Él decía que el gato siempre había estado allí, y que ahora que el otro criado se había marchado( en realidad desapareció misteriosamente), necesitaba alguien que le hiciese compañía, aparte de mí. Aquel gato, al que llamó Randolph, como al criado desaparecido, era un animal pacífico y tranquilo, de inquietante mirada verde y pelaje negro, lo que provocó las sospechas de algún que otro vecino. Se sabía que Sir Thomas era un hombre de buena fe, pero al ser un hombre aficionado a la lectura, tenía en su biblioteca quien sabe que libros.

Algunas noches, Sir Thomas se encerraba en un pequeño cuarto al que tenía yo prohibida la entrada, con su inseparable gato negro, y no salía de allí hasta pasadas muchas horas. \ El hombre entraba bien, y luego percibí que cada vez salía más debilitado, y temí que estuviera enfermo...Esta situación se prolongó durante años, pero dejé de prestarle atención cuando murió, en circunstancias extrañas, mi pequeño ratón.

Una vez, cuando Sir Thomas y el gato se habían encerrado en su pequeño cuarto, oí que el viejo hablaba con alguien. Pensé que tal vez ese cuarto ten ía una salida al exterior, ya que nuestra casa estaba llena de puertas ocultas, que comunicaban las distintas cámaras. Oí que era un hombre el que hablaba con él. Yo tenía entonces quince años, y mi cuerpo se había solidificado un poco, aunque seguía con mi aspecto débil y enfermizo.

Decidí ser discreto y no comentarle nada al viejo. Otra noche, oí que Thomas volvía a discutir con el hombre misterioso. Parecía como si el visitante tratase de hacer entrar en razón a mi viejo amo, y él se empeñase en todo lo contrario. Hablaban de hacer algo, algo que había conseguido después de mucho trabajo. Pero Sir Thomas decía que era demasiado tarde, que habí a esperado demasiado para hacerlo y que prefería que todo se quedase como estaba, antes que hacer lo que el extraño le pedía.

Dos días después encontré al venerable Sir Thomas Albert durmiendo hasta tarde, cuando fui a preguntarle si quería desayunar. El pequeño Randolph, como una sombra, yacía sobre la manta oscura, y levantó la vista hacia mí en cuanto entré. Su mirada, normalmente amenazadora, tenía otra calidad mucho más distinta. Le llamé para que dejase al amo y bajase a desayunar a los fogones, pero el gato no se movió, simplemente volvió a recostar su cara sobre las patas delanteras. Y dio un largo maullido, que pareció más un llanto. Le amenacé con mi zapatilla para hacerle callar, para que no despertase al viejo, pero el gato volvió a mirarme y volvió a lanzar su quejido. Me dirigió entonces otra mirada, e identifiqué en ella un claro sentimiento: la tristeza.

Mi señor, dije, os espera el desayuno

. El viejo siguió durmiendo, y yo me acerqué con miedo, temiendo descubrir que el gato tuviera razón. Apenas rocé su mano cuando descubrí que era cierto.

Caí de rodillas y empecé a llorar como una mujer, y sentí que Randolph se colaba entre mis manos y comenzaba a llorar también. Así velamos aquella mañana el cadá ver del venerable Sir Thomas Albert, muerto de viejo a la respetable edad de ochenta años.

Cuando me decidí a comunicar su muerte ya casi había anochecido. Estaba tan débil que apenas pude bajar las escaleras sin caer rodando. Cuando fui a abrir la puerta, el pequeño Randolph se me echó encima como una fiera. No sacó las garras, que era lo primero que hacía cuando se disponía a atacar. Me lo quité de encima como pude y el animal se subió a un estante de la cocina. Cayó sobre mi cabeza un pequeño bote de barro, que se rompió y que me dejó tan aturdido que caía al suelo.

¿Qué diablos te pasa, Randolph? Observé que el gato se metía debajo de la mesa y que arañaba la pata con sus afiladas garras. Después saltó hacia arriba, y se golpeó el lomo con la madera. Pensé que se habí a vuelto loco, trastornado por la muerte del viejo. Pero oí, tras el sordo sonido del gato contra la madera, el del metal chocando la dura piedra del suelo. Era una llave. Yo miraba atónito y atontado, al gato, que me miraba a mí a como si me suplicase algo. Agarró la llave con la boca y tiró de ella a través de la cocina hasta quedar frente a una puerta. Era la puerta del cuarto misterioso. El gato depositó las llaves en el suelo y me miró. Maulló. Fue un maulli do como los que emitía cuando quería que viésemos algo, un ratón, una lagartija que había matado. Lo tomé como una invitación y acudí junto a él. La llave abrió la puerta con un chirrido.

Cuando planté el primer pie en la sala me sentí acabado, como si acabase de profanar un lugar sagrado. Todo estaba oscuro y no conseguía ver nada. Más cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, descubrí que se trataba de una especie de cocina auxiliar. Tenía las paredes cubiertas de estanterías, y las estanterías repletas de libros que yo jamás había visto.

Había en el centro de la habitación, una gran mesa de mármol negro, sobre la que relucían decenas de extraños recipientes, unos de cristal, y otros en distintos metales .

También había sobre la mesa un libro de tap...

Llegados a este punto, faltan las hojas.